Inicio hoy la
publicación de una serie de relatos cortos, el más largo puede que
sea este (10 entregas), que iré subiendo, sólo si me lo pedís,
una vez a la semana.
Nada más llegar al
pequeño hotel mi compañero James tiró la maleta sobre la cama y me
propuso dar una vuelta por la ciudad. Pero su viaje había durado
tres horas mientas que yo había pasado casi tres días en el
puñetero tren.
- Lo que me apetece es
una ducha y, tal vez, un paseo junto al lago.
No insistió. Yo sabía
que tenía prisa por ver a su amor, Margarita, la hermosa hija de un
diplomático dominicano y tampoco me seducía el papel de carabina.
La ducha me tonificó.
El sol de mediados de
junio ya empezaba a teñir el paisaje con el color amarillo del
ocaso. Desde mi ventana veía el balanceo suave de las hojas de los
árboles. Parecían invitar a adentrarse en el bosquecillo.
Ni siquiera me vestí.
Con el el albornoz y las zapatillas del hotel caminé entre los
árboles, apenas cien metros, hasta la ribera del lago; hasta aquel
lugar que había descubierto hacía tiempo.
Entre la hierba,
cobijadas bajo las ramas de un viejo tilo, dos grandes piedras,
probablemente los restos de un antiguo embarcadero, evocaban una
pareja de enamorados. Ella recostada sobre el césped y él sentado
contemplándola.
Que el sitio era
especial para mucha gente lo demostraban las múltiples inscripciones
amorosas talladas en la corteza del árbol, algunas a alturas a las
que ahora nadie llegaría.
Me alegré de estar
sólo, pero, tras sentarme sobre la espalda de la figura femenina,
observé a alguien a unos pocos pasos. Una niña parecía escribir
sus pensamientos en el agua; su índice rozaba la superficie con
movimientos ordenados. No me había visto.
La contemplé durante
un rato y me vino a la mente “El nacimiento de Venus”. El
larguísimo pelo, con reflejos rojizos, que le tapaba toda la cara,
la blusa floreada que marcaba sus pechos incipientes, el lago bajo
las ramas del tilo...
A lo lejos, por el
sendero, un hombre mayor, con sombrero y bastón, se acercaba a
nosotros.
Volví a mirar a la
niña y recuerdo que pensé que aquella pequeña figura tenía algo
especial, pero ¿que?. En ese momento la niña se dio cuenta de mi
presencia; me miró y se puso en pié casi de un salto. Su cara
reflejaba una sorpresa infinita.
Comenzó a caminar
hacia mí muy despacio. Yo podía notar su respiración profunda por
los movimientos de su pecho, agitado por alguna emoción desconocida.
Se detuvo a mi lado y
sus grandes ojos me observaron con una intensidad casi dolorosa.
Luego acarició mi mano con la punta de los dedos.
-Algún día seré tu
mujer- dijo y, al decirlo, el rubor bajó desde sus mejillas y
coloreó también su cuello y su pecho. Luego corrió hacia el hombre
que, entre tanto, ya había llegado a nuestra altura.
- ¿Que ocurre Anne?-
preguntó él mientras me lanzaba una mirada llena de sospecha.
- Nada papá- dijo la
niña.
Los contemplé
alejándose. Cada poco ella se giraba para mirarme y yo podía, aún
que no oírlos, si intuir los reproches de su padre. Antes de
perderse entre los árboles la niña se volvió.
- Mañana también
vendré- dijo y alzó la mano.
Volví al hotel. En el
salón había una biblioteca bastante decente e intenté leer “El
informe de Brodie”, pero no podía quitarme de la cabeza aquella
mirada. Como, seguramente, James volvería tarde mi mejor opción era
la cama.
Pasé una mala noche,
supongo que plagada de pesadillas, de las que sólo recuerdo una. Sin
saber porqué yo bajaba corriendo hasta la orilla del lago. Allí
reinaba el caos. La figura femenina había desaparecido dejando un
charco de lodo maloliente y la figura del hombre se había partido
por la cintura. El tilo había sido arrancado y sus múltiples raíces
eran manos que me hacían gestos para que me acercara. Cuando llegué
vi que su copa estaba dentro del agua y de ella salían borbollones
que al explotar decían ¡ayudame!, ¡ayudame!. Entonces
desperté.
- Buenos días señor-
dijo la muchacha que trajinaba en la cocina.- Ha madrugado mucho.
Ahora le sirvo el desayuno.
- Tranquila. Primero
voy a dar un paseo.
- Como quiera, señor.
Bajé hasta el lago y
me alivió comprobar que no había ocurrido ninguna catástrofe;
pero, al contrario que las demás veces que había estado allí, la
soledad ahora me agobió.
Caminé por la orilla
algo más de un kilómetro hasta un pequeño puerto resguardado por
un dique en forma de herradura. Dentro de una de las barcas, un
hombre demasiado grande para ella se quito la pipa de la boca con su
manaza manchada de pez y se adelantó a mi saludo.
Me senté en el
embarcadero y charlamos un rato. Somos unos cincuenta pescadores.
Mucho trabajo y poco dinero. Creo que la charla le interesaba más
que calafatear la embarcación. Le tendí la mano para despedirme y
él retiró la suya.
- Esto cuesta de quitar
-, dijo mostrando su mano ennegrecida.
Insistí. Esbozó una
gran sonrisa y cedió.
De vuelta el hotelito
estaba en plena actividad. Nada más entrar oí la voz de James desde
una de las mesas más alejadas.
- Mi amiigoo.
Creo que los cristales
temblaron y las servilletas volaron de las mesas. Me acababa de
presentar a cualquier ser que hubiera en un radio de una legua. Eso
me cohibía un poco, pero él era así y su alegría era sincera.
- ¿Algo va mal?-
preguntó nada más sentarme a su lado, demostrando que me conocía
bastante bien.
- No; tan solo he
pasado una mala noche.
Que removiera
inútilmente su café mientras me miraba de hito en hito significaba
que no lo había convencido.
- Tienes que venir
conmigo a ver a Mag. Me ha dicho que no vaya sin ti.
Asentí. Ahora me
sentía culpable por no haber ido a verla el día anterior.
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