martes, 28 de abril de 2015

1 El nacimiento de Venus.

Inicio hoy la publicación de una serie de relatos cortos, el más largo puede que sea este (10 entregas), que iré subiendo, sólo si me lo pedís, una vez a la semana.

Nada más llegar al pequeño hotel mi compañero James tiró la maleta sobre la cama y me propuso dar una vuelta por la ciudad. Pero su viaje había durado tres horas mientas que yo había pasado casi tres días en el puñetero tren.
- Lo que me apetece es una ducha y, tal vez, un paseo junto al lago.
No insistió. Yo sabía que tenía prisa por ver a su amor, Margarita, la hermosa hija de un diplomático dominicano y tampoco me seducía el papel de carabina.
La ducha me tonificó.
El sol de mediados de junio ya empezaba a teñir el paisaje con el color amarillo del ocaso. Desde mi ventana veía el balanceo suave de las hojas de los árboles. Parecían invitar a adentrarse en el bosquecillo.
Ni siquiera me vestí. Con el el albornoz y las zapatillas del hotel caminé entre los árboles, apenas cien metros, hasta la ribera del lago; hasta aquel lugar que había descubierto hacía tiempo.
Entre la hierba, cobijadas bajo las ramas de un viejo tilo, dos grandes piedras, probablemente los restos de un antiguo embarcadero, evocaban una pareja de enamorados. Ella recostada sobre el césped y él sentado contemplándola.
Que el sitio era especial para mucha gente lo demostraban las múltiples inscripciones amorosas talladas en la corteza del árbol, algunas a alturas a las que ahora nadie llegaría.
Me alegré de estar sólo, pero, tras sentarme sobre la espalda de la figura femenina, observé a alguien a unos pocos pasos. Una niña parecía escribir sus pensamientos en el agua; su índice rozaba la superficie con movimientos ordenados. No me había visto.
La contemplé durante un rato y me vino a la mente “El nacimiento de Venus”. El larguísimo pelo, con reflejos rojizos, que le tapaba toda la cara, la blusa floreada que marcaba sus pechos incipientes, el lago bajo las ramas del tilo...


A lo lejos, por el sendero, un hombre mayor, con sombrero y bastón, se acercaba a nosotros.
Volví a mirar a la niña y recuerdo que pensé que aquella pequeña figura tenía algo especial, pero ¿que?. En ese momento la niña se dio cuenta de mi presencia; me miró y se puso en pié casi de un salto. Su cara reflejaba una sorpresa infinita.
Comenzó a caminar hacia mí muy despacio. Yo podía notar su respiración profunda por los movimientos de su pecho, agitado por alguna emoción desconocida.
Se detuvo a mi lado y sus grandes ojos me observaron con una intensidad casi dolorosa. Luego acarició mi mano con la punta de los dedos.
-Algún día seré tu mujer- dijo y, al decirlo, el rubor bajó desde sus mejillas y coloreó también su cuello y su pecho. Luego corrió hacia el hombre que, entre tanto, ya había llegado a nuestra altura.
- ¿Que ocurre Anne?- preguntó él mientras me lanzaba una mirada llena de sospecha.
- Nada papá- dijo la niña.
Los contemplé alejándose. Cada poco ella se giraba para mirarme y yo podía, aún que no oírlos, si intuir los reproches de su padre. Antes de perderse entre los árboles la niña se volvió.
- Mañana también vendré- dijo y alzó la mano.
Volví al hotel. En el salón había una biblioteca bastante decente e intenté leer “El informe de Brodie”, pero no podía quitarme de la cabeza aquella mirada. Como, seguramente, James volvería tarde mi mejor opción era la cama.
Pasé una mala noche, supongo que plagada de pesadillas, de las que sólo recuerdo una. Sin saber porqué yo bajaba corriendo hasta la orilla del lago. Allí reinaba el caos. La figura femenina había desaparecido dejando un charco de lodo maloliente y la figura del hombre se había partido por la cintura. El tilo había sido arrancado y sus múltiples raíces eran manos que me hacían gestos para que me acercara. Cuando llegué vi que su copa estaba dentro del agua y de ella salían borbollones que al explotar decían ¡ayudame!, ¡ayudame!. Entonces desperté.
- Buenos días señor- dijo la muchacha que trajinaba en la cocina.- Ha madrugado mucho. Ahora le sirvo el desayuno.
- Tranquila. Primero voy a dar un paseo.
- Como quiera, señor.
Bajé hasta el lago y me alivió comprobar que no había ocurrido ninguna catástrofe; pero, al contrario que las demás veces que había estado allí, la soledad ahora me agobió.
Caminé por la orilla algo más de un kilómetro hasta un pequeño puerto resguardado por un dique en forma de herradura. Dentro de una de las barcas, un hombre demasiado grande para ella se quito la pipa de la boca con su manaza manchada de pez y se adelantó a mi saludo.
Me senté en el embarcadero y charlamos un rato. Somos unos cincuenta pescadores. Mucho trabajo y poco dinero. Creo que la charla le interesaba más que calafatear la embarcación. Le tendí la mano para despedirme y él retiró la suya.
- Esto cuesta de quitar -, dijo mostrando su mano ennegrecida.
Insistí. Esbozó una gran sonrisa y cedió.
De vuelta el hotelito estaba en plena actividad. Nada más entrar oí la voz de James desde una de las mesas más alejadas.
- Mi amiigoo.
Creo que los cristales temblaron y las servilletas volaron de las mesas. Me acababa de presentar a cualquier ser que hubiera en un radio de una legua. Eso me cohibía un poco, pero él era así y su alegría era sincera.
- ¿Algo va mal?- preguntó nada más sentarme a su lado, demostrando que me conocía bastante bien.
- No; tan solo he pasado una mala noche.
Que removiera inútilmente su café mientras me miraba de hito en hito significaba que no lo había convencido.
- Tienes que venir conmigo a ver a Mag. Me ha dicho que no vaya sin ti.
Asentí. Ahora me sentía culpable por no haber ido a verla el día anterior.